jueves, enero 4

"Nada es, en general, lo que parece". Sólo un pequeño cuento.

Y tuve que dejarme llevar. No quería hacerlo, pero no me dejaron escapatoria. Es quizás una de esas cosas que agradeceré a largo plazo, pero mientras tanto debo ir sufriendo cada segundo que pasa.
Esa mañana, como de costumbre pasó a buscarme por la esquina de mi casa rumbo a las clases de teatro. Noté algo raro en sus expresiones cotidianas pero no quería apresurarme a confirmar mi duda. Mario había prendido un cigarrillo esa mañana. Y yo lo miré. Y no nos hablamos hasta llegar al bar donde nos estaba esperando un rico desayuno de medialunas recién hechas. La incomodidad de la situación nos obligó a hacer algún tipo de comentario; de esos que se hace cuando no se tiene nada que decir (o no se quiere decir nada). De repente, se nos acabaron los temas. El tiempo, el fútbol, la vecina sexy, la loca del 5 piso. Todo menos de política. Hubo momentos de silencio y de un tremendo vacío en el ambiente. De lejos, la gente se chocaba, no se querían mirar a los ojos, no se querían tocar, ni siquiera rozar. El miedo los había privado de esas cosas.
Sin más que decir (o sin querer decir nada más) partimos hacia nuestras clases. Yo había tenido tiempo para ensayar, pero a Mario le surgieron unos inconvenientes de suma importancia y secretos (por lo menos para mí). Joven emprendedor, empresario, dos autos, una casa en la costa. Mi personaje no encajaba conmigo ni en lo más mínimo, ni creo que el de Mario lo hacia. Típico marido, trabajador estatal, zapatos bien lustrados, y maletín heredado. Pero de eso se trataba ser actor. De actuar. Y Mario lo sabía hacer muy bien.
Tres horas de ensayo. Faltó algún que otro actor. Nadie quiso preguntar por ellos.

(Continuará...)

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